Bodega de vinos
Historia

"Beber con sentido: el vino en la antigua Grecia"

En la antigua Grecia, el vino no era solo una bebida, era una forma de estar en el mundo. Desde los tiempos minóicos hasta la Grecia clásica, su presencia marcó la vida cotidiana, la economía, la religión y las relaciones sociales. Beber vino era un acto cultural cargado de significado, ritual y pertenencia. Este es un recorrido por la historia de un brebaje que acompañó el desarrollo de toda una civilización.

De Creta al mundo helénico: los orígenes del vino griego

La estrecha relación de los griegos con el vino se remonta a la civilización minóica, considerada pre-helénica, que floreció en la isla de Creta. Abarcando un periodo extenso, los minóicos fueron los predecesores del mundo helenístico. De ellos conservamos registros jeroglíficos que evidencian ya el cultivo de la vid y la producción de vino como práctica establecida. Posteriormente, los micénicos —herederos de esta tradición— continuaron fortaleciendo esta relación, integrando la producción de vino en la vida palaciega y en una red de comercio marítimo cada vez más amplia.

Con la llegada del periodo arcaico, anterior a la Grecia clásica, se consolidó un entrelazamiento regional en torno a productos clave como el aceite de oliva y el vino. Al finalizar esta etapa, ambos se habían convertido no solo en productos de gran valor económico, sino en símbolos profundamente arraigados en la identidad cultural griega.

Palacio de Cnosos en Creta

Un producto cotidiano, simbólico y divino

El vino era la bebida predilecta de los griegos. Se consumía diluido en agua y a menudo se endulzaba artificialmente. Su producción estaba extendida por todo el territorio, y regiones como Lesbos, Rodas y Samos ganaron fama por la calidad de sus viñedos. Aunque tenía gran valor comercial —facilitado por el uso de ánforas para su almacenamiento e intercambio— su relevancia iba más allá de lo económico.

Para Homero, poeta de la Ilíada y la Odisea, el vino era parte indispensable de la vida. Su obra muestra cómo esta bebida era, al mismo tiempo, un bien esencial de la dieta y un símbolo de estatus y civilización. Se consumía tanto en contextos domésticos como en eventos rituales, y podía ser de producción local o importada desde otras regiones del Mediterráneo. El vino homérico no era solo un alimento: era parte del imaginario cultural que tejía el relato de héroes, viajes y sacrificios.

El vino ocupaba un lugar central en banquetes, festines y rituales. También era parte esencial de las ofrendas a los dioses y de los ritos funerarios. Antes de beber, era costumbre realizar libaciones: se derramaban gotas de vino como ofrenda divina. El mito de Dionisio, dios del vino, subraya esta dimensión religiosa. Asociado al alivio de las penas, al éxtasis, pero también al peligro de la desmesura, Dionisio encarnaba tanto la liberación como la locura.

Bodega de barriles de vino

El simposio: beber como institución

En la Grecia clásica se consolidó el simposio (sympósion, “beber juntos”), una de las instituciones sociales más características en torno al vino. Más que una simple reunión, era un evento ritualizado con normas precisas, que combinaba bebida, conversación, música y, en ocasiones, excesos que rozaban lo orgiástico. Vasijas y copas pintadas especialmente para estas ocasiones dan cuenta de su importancia y nos han dejado un valioso registro visual.

Uno de los simposios más famosos fue el celebrado en casa del poeta trágico Agatón, relatado por Platón en su obra El banquete. Allí, Sócrates discute el amor mientras permanece impasible ante los efectos del alcohol. Estas reuniones podían tener motivos diversos —bodas, nacimientos o conmemoraciones— y solían iniciarse con un ritual: el anfitrión grababa los nombres de los invitados en una tablilla de cera, la entregaba a un esclavo, y este recorría las casas convocando a los participantes.

Antes de comenzar a beber, se realizaba una libación. Se derramaban unas gotas del vino en honor a los dioses y se probaba su sabor puro como acto de gratitud y reconocimiento.

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Vino, género y sociedad

Los griegos atribuían al vino propiedades revitalizantes, incluso medicinales. Se creía que fortalecía el cuerpo y el ánimo, aunque su consumo desmedido era mal visto por alterar el comportamiento y provocar locura. De hecho, el vino encarnaba esta dualidad: liberador e inspirador, pero también potencialmente destructivo.

Su consumo estaba rodeado de normas y restricciones. Las mujeres, por ejemplo, eran en gran medida excluidas de los espacios donde el vino se celebraba socialmente. Sin embargo, no estaban del todo ausentes. Dionisio, paradójicamente, era una de las deidades con las que mejor relación tenían las mujeres. En su honor se realizaban rituales femeninos cargados de danza, canto y, por supuesto, vino.

En contraste, entre hombres no existían mayores tabúes: lo bebían los ricos y los pobres, los ancianos y los niños. Beber vino era, en esencia, un acto social. Compartido, nunca solitario. Una forma de pertenecer, de establecer vínculos, de pensar y celebrar la vida.

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Un brindis con historia

Desde las primeras civilizaciones del Egeo hasta la Grecia clásica, el vino fue mucho más que una bebida: fue hilo conductor de identidades, prácticas y creencias. Presente en templos y mesas, en mitos y mercados, el vino griego simbolizaba tanto la sofisticación cultural como los límites del placer. Su consumo reflejaba jerarquías sociales, pero también creaba espacios de comunión, tanto entre ciudadanos en un simposio como entre mujeres devotas de Dionisio en rituales secretos.

Hoy, recorrer las islas del Egeo o visitar una antigua bodega en Lesbos es algo más que una experiencia enológica: es un viaje al corazón de una civilización que supo beber con sentido. Cada ánfora desenterrada, cada mito transmitido, nos invita a brindar por ese legado donde beber vino era también pensar, compartir, celebrar y honrar a los dioses. Para quienes se preguntan qué ver en Atenas más allá de sus monumentos icónicos, explorar su tradición vinícola es también una ventana a la vida cotidiana del mundo antiguo.

El turismo en Grecia, más allá de sus playas e historia clásica, es también una invitación a conectarse con un legado que aún se respira en las copas de vino que se alzan en cada rincón del país. Que este recorrido histórico sirva como punto de partida para explorar el vino no solo con el paladar, sino también con la memoria. Porque detrás de cada copa, aún resuena la voz de un poeta, un dios o un anfitrión griego diciendo: «bebamos juntos».

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